El Cerco
(Peñarroya-Pueblonuevo, Córdoba)
Fotografía digital intervenida 30X20 / 25X25 / 2016
Con pulcritud rectilínea,
muda la piel el gusano
en el jardín de las ruinas.
La historia, impúdica, pasea sus huesos.
Antonio Monterroso
El Cerco de Peñarroya-Pueblonuevo se alza como un eco persistente del pasado, donde los restos de una vida industrial parecen haber quedado atrapados en el tiempo. Sus estructuras, desgastadas por los años, murmuran historias de hierro y polvo, de hombres que trabajaron y lucharon, de esfuerzo convertido en progreso.
Al caminar entre sus muros y tejados caídos, se percibe el peso de una historia que se niega a ser olvidada. Los ladrillos agrietados y los metales retorcidos son testigos silenciosos de una era de esplendor que forjó un pueblo y a su gente. Las sombras de sus obstinadas chimeneas proyectan figuras que danzan en la memoria colectiva, creando un vínculo entre el ayer y el hoy.
En este paisaje de ruinas y silencio, el viento sopla como un recuerdo persistente, acariciando las paredes donde el tiempo parece haberse detenido. La luz, al filtrarse entre las grietas, revela una belleza austera, casi trágica, que sólo el paso de los años puede otorgar. El Cerco de Peñarroya-Pueblonuevo no es solo un lugar físico, sino un símbolo de resistencia y transformación, donde cada rincón guarda una historia que espera ser descubierta.